No una
historia o una escena.
Quiero transmitir
y relatar una sensación a través de una suerte de jeroglífico o nube cargada de
olores, de texturas, aromas, atmósferas, impregnancias, todas aglutinadas en
fragmentos de canciones. Como si todos esos estímulos percibidos que anidan
como recuerdos fueran una gran masa que se desarma, como una manta para armar
el picnic y se vuelve a armar, todo desordenado, deformado, para usar en otra ocasión.
Pero es
complejo relatar qué se sintió escuchando a Rosario Bléfari en Plaza Armenia
hace más de 19 años, ni qué tan cálido el sol llenaba la plaza, tampoco es fácil
decir qué sentían mis pies cuando cruzaba la calle Costa Rica adoquinada ni
cuánto me inspiraba ver tantas vidrieras cargadas de arte, originales,
adelantadas diez años. Tampoco es fácil recordar cómo me imaginaba a mí misma
19 años mirando hacia adelante…
“Una vida
entera” hubiera pensado en ese momento, una suma de años que claramente no
podía poner por delante simplemente para jugar al juego del yo en el futuro.
Pero ahora
miro 19 años hacia atrás y me encuentro licuando recuerdos, sujetando momentos,
estrujando el corazón intentando armar una torre mental de vivencias que
existieron, aferrándolas para construir y revivir todos esos caminos, esos
momentos hechos de sus propias cadencias, de sus atmósferas, de lo espeso de la
noche de lo inesperado de no saber lo que va a suceder. Y cuánto de todo
terminaría en la nada que va a suceder.